Juan 18:33-19:16
Entonces Pilato volvió a entrar en su residencia y pidió que le trajeran a Jesús.
—¿Eres tú el rey de los judíos?—le preguntó.
Jesús contestó:
—¿Lo preguntas por tu propia cuenta o porque otros te hablaron de mí?
—¿Acaso yo soy judío?—replicó Pilato—. Tu propio pueblo y sus principales sacerdotes te trajeron a mí para que yo te juzgue. ¿Por qué? ¿Qué has hecho?
Jesús contestó:
—Mi reino no es un reino terrenal. Si lo fuera, mis seguidores lucharían para impedir que yo sea entregado a los líderes judíos; pero mi reino no es de este mundo.
Pilato le dijo:
—¿Entonces eres un rey?
—Tú dices que soy un rey —contestó Jesús—. En realidad, yo nací y vine al mundo para dar testimonio de la verdad. Todos los que aman la verdad reconocen que lo que digo es cierto.
—¿Qué es la verdad?—preguntó Pilato.
Entonces salió de nuevo adonde estaba el pueblo y dijo:
—Este hombre no es culpable de ningún delito, pero ustedes tienen la costumbre de pedirme cada año que ponga en libertad a un preso durante la Pascua. ¿Quieren que deje en libertad a ese “rey de los judíos”?
Pero ellos contestaron a gritos:
—¡No!, a ese hombre, no. ¡Queremos a Barrabás!
(Barrabás era un insurgente).
Entonces Pilato mandó azotar a Jesús con un látigo que tenía puntas de plomo. Los soldados armaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza y lo vistieron con un manto púrpura. «¡Viva el rey de los judíos!», se burlaban de él mientras lo abofeteaban.
Pilato volvió a salir y le dijo al pueblo: «Ahora lo voy a traer, pero que quede bien claro que yo no lo encuentro culpable de nada». Entonces Jesús salió con la corona de espinas sobre la cabeza y el manto púrpura puesto. Y Pilato dijo: «¡Miren, aquí tienen al hombre!».
Cuando lo vieron, los principales sacerdotes y los guardias del templo comenzaron a gritar: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».
—Llévenselo ustedes y crucifíquenlo—dijo Pilato—. Yo no lo encuentro culpable.
Los líderes judíos respondieron:
—Según nuestra ley, debe morir porque afirmó que era el Hijo de Dios.
Cuando Pilato oyó eso, tuvo más miedo que nunca. Llevó a Jesús de nuevo a la residencia oficial y le preguntó: «¿De dónde eres?». Pero Jesús no le dio ninguna respuesta.
—¿Por qué no me hablas?—preguntó Pilato—. ¿No te das cuenta de que tengo poder para ponerte en libertad o para crucificarte?
Entonces Jesús le dijo:
—No tendrías ningún poder sobre mí si no te lo hubieran dado desde lo alto. Así que el que me entregó en tus manos es el que tiene el mayor pecado.
Entonces Pilato trató de poner en libertad a Jesús, pero los líderes judíos gritaron: «Si pones en libertad a ese hombre, no eres “amigo del César”. Todo el que se proclama a sí mismo rey está en rebeldía contra el César».
Cuando dijeron eso, Pilato llevó de nuevo a Jesús ante el pueblo. Entonces Pilato se sentó en el tribunal, en la plataforma llamada el Empedrado (en hebreo, Gabata). Ya era el día de preparación para la Pascua, cerca del mediodía. Y Pilato dijo al pueblo: «¡Miren, aquí tienen a su rey!».
«¡Llévatelo! ¡Llévatelo!—gritaban—. ¡Crucifícalo!».
—¿Cómo dicen? ¿Que yo crucifique a su rey?—preguntó Pilato.
—No tenemos otro rey más que el César—le contestaron a gritos los principales sacerdotes.
Entonces Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran.
Así que se llevaron a Jesús.