Números 22:1-23:12
Luego el pueblo de Israel viajó a las llanuras de Moab y acampó al oriente del río Jordán, frente a Jericó. Balac, hijo de Zipor, el rey moabita, había visto todo lo que los israelitas hicieron a los amorreos. Entonces cuando el pueblo de Moab vio que los israelitas eran muchos, se aterró. El rey de Moab dijo a los ancianos de Madián: «¡Esta muchedumbre devorará todo lo que esté a la vista, como un buey devora el pasto en el campo!».
Entonces Balac, rey de Moab, envió mensajeros para llamar a Balaam, hijo de Beor, que vivía en Petor, su tierra natal, cerca del río Éufrates. Su mensaje decía:
«Mira, una inmensa multitud que cubre la faz de la tierra ha llegado de Egipto y me amenaza. Ven, por favor, maldíceme a este pueblo, porque es demasiado poderoso para mí. De esa manera quizás yo pueda conquistarlos y expulsarlos de la tierra. Yo sé que sobre el pueblo que tú bendices, caen bendiciones y al pueblo que tú maldices, le caen maldiciones».
Entonces los mensajeros de Balac y los ancianos de Moab y de Madián, partieron con el dinero para pagarle a Balaam a fin de que maldijera a Israel. Llegaron donde estaba Balaam y le transmitieron el mensaje de Balac. «Quédense aquí esta noche—dijo Balaam—, y en la mañana les diré lo que me indique el Señor». Así que los funcionarios de Moab se quedaron con Balaam.
Esa noche Dios vino a Balaam y le preguntó:
—¿Quiénes son estos hombres que te visitan?
Balaam le dijo a Dios:
—Balac, hijo de Zipor, rey de Moab, me envió este mensaje: “Mira, una inmensa multitud que cubre la faz de la tierra ha llegado de Egipto. Ven y maldíceme a este pueblo. De esa manera quizás podré hacerles frente y expulsarlos de esta tierra”.
Pero Dios le dijo a Balaam:
—No vayas con ellos ni maldigas a este pueblo, ¡porque es bendito!
A la mañana siguiente, Balaam se levantó y les dijo a los funcionarios de Balac: «¡Regresen a casa! El Señor no me dejará ir con ustedes».
Entonces los oficiales moabitas regresaron al rey Balac y le informaron: «Balaam se negó a venir con nosotros». Así que Balac intentó de nuevo. Esta vez envió a un mayor número de funcionarios, aún más distinguidos que los que envió la primera vez. Llegaron donde estaba Balaam y le transmitieron el siguiente mensaje:
«Esto dice Balac, hijo de Zipor: “Por favor, no permitas que nada te impida venir a ayudarme. Te pagaré muy bien y haré todo lo que me pidas. ¡Solamente ven y maldíceme a este pueblo!”».
Entonces Balaam les respondió a los mensajeros de Balac: «Aunque Balac me diera su palacio repleto de plata y oro, yo no podría hacer absolutamente nada en contra de la voluntad del Señor mi Dios. Pero quédense aquí una noche más y veré si el Señor tiene algo más que decirme».
Esa noche Dios vino a Balaam y le dijo: «Ya que estos hombres vinieron por ti, levántate y ve con ellos, pero solo haz lo que yo te indique».
A la mañana siguiente Balaam se levantó, ensilló su burra y salió con los funcionarios moabitas; pero Dios se enojó porque Balaam iba con ellos. Así que envió al ángel del Señor a pararse en medio del camino para impedirle el paso. Mientras Balaam y dos de sus sirvientes iban montando, la burra de Balaam vio al ángel del Señor de pie en el camino, con una espada desenvainada en su mano. La burra se apartó del camino y se desbocó hacia un campo, pero Balaam la golpeó y la obligó a regresar al camino. Entonces el ángel del Señor se detuvo en un lugar donde el camino se hacía estrecho entre las paredes de dos viñedos. Cuando la burra vio al ángel del Señor, trató de pasar pero aplastó el pie de Balaam contra la pared. Así que Balaam la golpeó de nuevo. Entonces el ángel del Señor se adelantó y se plantó en un lugar tan estrecho que la burra no podía pasar del todo. Esta vez cuando la burra vio al ángel, se echó al suelo con Balaam encima. Entonces Balaam, furioso, volvió a golpear al animal con su vara.
Así que el Señor le dio a la burra la capacidad de hablar.
—¿Qué te he hecho para merecer que me pegues tres veces?—le preguntó a Balaam.
—¡Me has dejado en ridículo!—gritó Balaam—. ¡Si tuviera una espada, te mataría!
—Pero yo soy la misma burra que has montado toda tu vida—le contestó la burra—. ¿Alguna vez te he hecho algo así?
—No—admitió Balaam.
Entonces el Señor abrió los ojos de Balaam y vio al ángel del Señor de pie en el camino con una espada desenvainada en su mano. Balaam se inclinó y cayó rostro en tierra ante él.
—¿Por qué le pegaste a tu burra tres veces?—le preguntó el ángel del Señor—. Mira, he venido a impedirte el paso porque con terquedad te me opones. Tres veces la burra me vio y se apartó del camino; si no, te aseguro que te habría matado a ti y habría dejado a la burra con vida.
Entonces Balaam le confesó al ángel del Señor:
—He pecado. No comprendí que tú estabas parado en el camino para impedirme el paso. Volveré a casa si te opones a mi viaje.
Pero el ángel del Señor le dijo a Balaam:
—Ve con estos hombres, pero habla solamente lo que yo te diga.
Así que Balaam siguió con los funcionarios de Balac. Cuando el rey Balac supo que Balaam estaba en camino, salió a su encuentro a una ciudad moabita, situada en el río Arnón, en la frontera más distante de su tierra.
—¿No era urgente la invitación que te envié? ¿Por qué no viniste enseguida?—le preguntó Balac a Balaam—. ¿No me creíste cuando te dije que te honraré con una generosa recompensa?
—Mira—contestó Balaam—, ya he venido pero no está en mis manos decir lo que yo quiera. Hablaré únicamente el mensaje que Dios ponga en mi boca.
Luego Balaam acompañó a Balac a Quiriat-huzot. Allí el rey sacrificó ganado y ovejas, y envió porciones de la carne a Balaam y a los oficiales que estaban con él. A la mañana siguiente Balac subió con Balaam a un lugar llamado Bamot-baal y desde allí se podía ver parte del pueblo de Israel.
Entonces Balaam le dijo al rey Balac: «Constrúyeme aquí siete altares y prepara siete becerros y siete carneros para que los sacrifique». Balac siguió sus instrucciones y los dos sacrificaron un becerro y un carnero en cada altar.
Entonces Balaam le dijo a Balac: «Quédate aquí con tus ofrendas quemadas y yo iré a ver si el Señor me responde. Entonces te diré lo que él me revele». Así que Balaam fue solo a la cima de una colina sin vegetación y allí se reunió Dios con él. Balaam le dijo:
—Preparé siete altares y sacrifiqué un becerro y un carnero en cada altar.
El Señor le dio a Balaam un mensaje para el rey Balac y después le dijo:
—Regresa donde está Balac y dale mi mensaje.
Así que Balaam volvió y encontró al rey de pie, al lado de sus ofrendas quemadas, con todos los funcionarios de Moab. Este es el mensaje que Balaam transmitió:
«Balac me mandó a llamar desde Aram;
el rey de Moab me trajo de las colinas del oriente.
“¡Ven—me dijo—, maldíceme a Jacob!
Ven y anuncia la ruina de Israel”.
Pero ¿cómo puedo maldecir
a quienes Dios no ha maldecido?
¿Cómo puedo condenar
a quienes el Señor no ha condenado?
Desde las cimas del precipicio los veo;
los miro desde las colinas.
Veo a un pueblo que vive aislado,
apartado de las otras naciones.
¿Quién puede contar a los descendientes de Jacob, tan numerosos como el polvo?
¿Quién puede contar siquiera a una cuarta parte del pueblo de Israel?
Permíteme morir como los justos;
deja que mi vida acabe como la de ellos».
Entonces el rey Balac le reclamó a Balaam:
—¿Qué me has hecho? Te traje para maldecir a mis enemigos. ¡En cambio, los has bendecido!
Pero Balaam respondió:
—Yo hablaré solamente el mensaje que el Señor ponga en mi boca.