Salmos 51:1-19
Ten misericordia de mí, oh Dios,
debido a tu amor inagotable;
a causa de tu gran compasión,
borra la mancha de mis pecados.
Lávame de la culpa hasta que quede limpio
y purifícame de mis pecados.
Pues reconozco mis rebeliones;
día y noche me persiguen.
Contra ti y solo contra ti he pecado;
he hecho lo que es malo ante tus ojos.
Quedará demostrado que tienes razón en lo que dices
y que tu juicio contra mí es justo.
Pues soy pecador de nacimiento,
así es, desde el momento en que me concibió mi madre.
Pero tú deseas honradez desde el vientre
y aun allí me enseñas sabiduría.
Purifícame de mis pecados, y quedaré limpio;
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Devuélveme la alegría;
deja que me goce
ahora que me has quebrantado.
No sigas mirando mis pecados;
quita la mancha de mi culpa.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio
y renueva un espíritu fiel dentro de mí.
No me expulses de tu presencia
y no me quites tu Espíritu Santo.
Restaura en mí la alegría de tu salvación
y haz que esté dispuesto a obedecerte.
Entonces enseñaré a los rebeldes tus caminos,
y ellos se volverán a ti.
Perdóname por derramar sangre, oh Dios que salva;
entonces con alegría cantaré de tu perdón.
Desata mis labios, oh Señor,
para que mi boca pueda alabarte.
Tú no deseas sacrificios; de lo contrario, te ofrecería uno.
Tampoco quieres una ofrenda quemada.
El sacrificio que sí deseas es un espíritu quebrantado;
tú no rechazarás un corazón arrepentido y quebrantado, oh Dios.
Mira a Sion con tu favor y ayúdala;
reconstruye las murallas de Jerusalén.
Entonces te agradarán los sacrificios ofrecidos con un espíritu correcto,
con ofrendas quemadas y ofrendas quemadas enteras.
Entonces volverán a sacrificarse toros sobre tu altar.